lunes, 8 de abril de 2013

Mi nombre es Harvey Milk


Por MÓNICA ZAS

El documental es un género incomprendido. Atrae más una trama de ficción aderezada con unos efectos especiales impactantes, que un biopic que se sirve de imágenes de archivo al más puro estilo realité. También puede ocurrir precisamente lo contrario, que de un personaje real se explote artificialmente un producto que pierda todo lazo con su razón de ser, ofreciéndonos una frivolidad hollywoodiense más.

Con ninguno de estos dos casos se identifica “Mi nombre es Harvey Milk” de Gus Van Sant. Este biopic acerca del congresista homosexual es, recurriendo al tópico, incapaz de dejar indiferente. El tema, susceptible de ser malinterpretado como una caricatura, es tratado por el director de “El indomable Will Hunting” con un tiento y cuidado ejemplar. La lucha del protagonista es material más que suficiente para no caer en melodramas baratos o intensificarlo ficticiamente.


Pero sin duda la película es de Sean Penn. Un papel como este es un regalo que, bien hecho, encumbraría a su intérprete al estrellato. Pero es un regalo envenenado, pues es relativamente fácil caer en la sobreactuación y el exceso de amaneramiento, descentrando la atención de los rasgos principales de Milk y de su apuesta por el progreso social

Se barajaban muchos nombres, pero finalmente se optó por el milcaras. Sean Penn le imprime al personaje dos facetas; una más intensa al principio y otra profesional y manida en un redondo desenlace, que no abusa de una intriga que improcedente.


El truco final lo conforma un plantel que funciona a la perfección bajo las órdenes de Van Sant. Un James Franco bastante mediocre, un Diego Luna sobreactuado y un impresionante Emile Hirsch, todos saliéndose de las líneas generales de sus papeles normales. Pese a esto, sorprendieron a una crítica que no estaba acostumbrada a este cambio de faceta.

En conclusión, una apuesta por las minorías y una dosis de esperanza que la saca de la línea general de los documentales, y nos acercan una realidad cruda pero optimista. Una nueva forma de concebir la historia, de empatizar con las luchas pasadas y de ensalzar al Rey Midas de la actuación, Sean Penn, que todo lo que toca se convierte en oro.

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