Por MARCOS RODRÍGUEZ
Un extraño
sentimiento queda al terminar de ver El
Consejero, de mi querido Ridley Scott.
Se me
ve el plumero nada más comenzar, pero es que la mayoría de comentarios van en contra
del director británico y a favor del escritor, Cormac McCarthy. Pues bien, si
la película no entretiene es porque el libreto tampoco lo hace; básicamente
partimos de un guión que funciona leyéndolo pero cuya adaptación a la
pantalla resulta inevitablemente aburrida y complicada de ver y entender. Considero
que no se podía haber mostrado mejor en imágenes todo lo que sucede en la trama,
teniendo en cuenta que estamos ante un cruce de relaciones entre personajes del
mundo del crimen, temática nada novedosa, por cierto. Quizás sí podían haberse
extendido más en momentos curiosos del guión que no aparecen en la película,
como el paseíllo que se marcan los leopardos por el extrarradio. Pero bueno, es
algo anecdótico; tan anecdótico como la película en sí.
Al
comenzar me refería a que es un visionado extraño porque la película está bien hecha y tiene imágenes
poderosas (qué menos), pero al fin y al cabo no te aporta nada ni antes ni
después de verla, porque tal y como está el mundo actualmente lo que menos
apetece es quedarse dos horas escuchando cómo una panda de asesinos te dan
discursitos moralistas. De hecho, estos discursos pretenden ser sutiles a
través de diálogo encriptado típico de mafiosos y no hacen más que anticipar
toda la acción que acontece sin sorpresa alguna.
Considero que estamos ante un “problema” de guión y no de director o actores, que
están todos muy correctos (no tiene sentido criticar a Penélope Cruz en esta
película). La gueparda Cameron Díaz
destaca por encima como protagonista femenina, casi símbolo de esa ambigüedad e
hipocresía que se contagia entre aquellos que se acercan al entorno criminal.
Dejando
a un lado la ficha técnica y artística y volviendo a la experiencia
cinematográfica en sí, que es lo que importa, queda una película con todos los
defectos comentados antes pero con una gran virtud: la posibilidad de conocer a
fondo cómo viven y piensan estos pobres diablos, un tipo de personajes que históricamente
han tenido un peso brutal en el cine.
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