viernes, 10 de abril de 2015

CRÍTICA: LA CASA DEL TEJADO ROJO



La casa del tejado rojo es la última delicia del director Yoji Yamada . Nos encontramos ante una película sobre amor, el paso del tiempo y  sobre las decisiones no tomadas, todo enmarcado en el Japón previo a la Segunda Guerra Mundial. El film cuenta la historia de Taki (Chieko Baisho),  una anciana que con la ayuda de su sobrino  escribe su autobiografía, remontándose al año en el que dejó su aldea para trabajar como criada en Tokyo, con apenas  18 años. Son las palabras de la anciana escritas a lápiz en un cuaderno las que nos llevan a esos primeros momentos en la casa del tejado rojo donde trabajó  para el señor y la señora Hirai (Takataro Kataoka y Takako Matsu) . Taki recuerda con cariño esos años cuidando del hijo de la pareja, y narra cómo todo cambia cuando la señora Hirai se ve atraída por Itakura (Hidetaka Yoshioka), compañero de trabajo de su marido. Con esta premisa el director nos lleva por la historia saltando desde los años 30 al siglo XXI, mostrando las diferencias entre  la educación y las relaciones sociales de los dos tiempos.

Esta delicada historia de amor se desarrolla de una manera pausada, como dedicándole el tiempo y las escenas necesarias para hacernos comprender el romance. Acostumbrados a las rápidas y trepidantes historias de química y amor de occidente es un gusto poder ser testigos de una cuidado total de los planos, las luces y los colores del film. El elenco de actores, algunos de los  cuales ya protagonizaban “Una familia de Tokyo”, logran en esta película una sobresaliente interpretación, destacando a Haru Kuroki  que ha obtenido el galardón a mejor actriz en el Festival de Berlín por su interpretación como la joven Taki. La estética se cuida hasta el más mínimo detalle, con la presentación de los platos que Taki cocina para su sobrino, creando un paralelismo con la misma comida que preparaba en el pasado.  

A lo largo de la película se van reflejando los preámbulos de la guerra a través de una familia acomodada de Tokyo, que muy difícilmente podemos ver en las películas. La música de Joe Hisaishi, que también trabajó con Yamada en “Una familia de Tokyo”, aporta en el film una banda sonora más orquestal, con motivos que se alejan de su estilo marcado en las películas del Studio Ghibli.
Si algo rompe con el ritmo pausado de la narración de la historia es su precipitado final, donde se acumulan los acontecimientos demasiado rápido, dejando al espectador con el deseo de haber disfrutado más de su desenlace.

Esta película se ofrece en cartelera como una alternativa a los demás films actuales, invitándonos a detenernos y a observar de cerca esta cuidada historia de amor a través del tiempo.

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